Los “niños de la calle” representan el cuadro más dramático que pueda mostrar sociedad alguna en sus ciudades. Al transitar por las avenidas de Santo Domingo, esa escena la encontramos con frecuencia. Miramos niños y niñas vendiendo flores, limpiando cristales o pidiendo limosna. Las principales ciudades dominicanas son escenario del abandono de un segmento de la infancia.
Los espacios públicos urbanos se constituyen en el refugio de menores abandonados por sus familiares. En sus vidas, no solo la familia está ausente, sino también el Estado. Hasta ellos no llega el amparo del código del menor, ni los tratados internacionales sobre derechos de niños, niñas y adolescentes. Espacios públicos como el malecón y el parque Independencia constituyen el ambiente de estas criaturas con denegación de derechos.
Marginados entre los Marginados
Datos no actualizados del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) dan cuenta de más de 100 millones de menores abandonados en el mundo. De estos, aproximadamente el 40% son de América Latina. Unicef diferencia a los niños y niñas que permanecen una parte del día en las calles y regresan con familiares, de aquellos que pernoctan en la calle. Este último grupo representa el 25 % del total en situación de calle.
Precisamente, los menores cuyo único vínculo es la calle son los más vulnerables de la población infantil en abandono. Viven sometidos a todo tipo de maltrato, abuso sexual, desnutrición, enfermedad, explotación y consumo de drogas. Son invisibles para la sociedad, por lo que su referente de identidad es el grupo de menores al que pertenecen. La calle se constituye en hogar, el grupo en familia.
La Familia Ficticia
Los niños, niñas y adolescentes en situación de calle terminan en ese estado por diversas razones. Aunque el denominador común es la pobreza, existen factores específicos que los llevan a huir de sus familias o a ser abandonados por estas. En efecto, conforme a los estudios de UNICEF, una parte de los menores terminan en la calle escapando del maltrato intrafamiliar. Por su parte, otro segmento ha sido abandonado como resultado de la descomposición del núcleo familiar.
Al conversar con especialistas, siempre encuentro el argumento de que la familia es el mejor lugar para el desarrollo de los niños. Pero me pregunto a qué tipo se refieren, pues no creo que la familia de la cual ha huido un niño sea su mejor refugio. Percibo en las normas, y en las teorías que las sustentan, una suerte de ficción. El concepto “familia” termina siendo un eufemismo tras el cual el Estado y la Sociedad justifican su omisión.
La Sociedad Insensible
Ciertamente, el drama de los niños, niñas y adolescentes en situación de calle no se ha convertido una causa social de gran alcance en República Dominicana. Apenas un limitado número de instituciones religiosas y sociales trabajan al respecto. Entidades como Muchachos y Muchachas con Don Bosco, Acción Callejera y Aldeas Infantiles son ejemplos de organizaciones que luchan contra el abandono infantil.
Cuando una problemática no es asumida como causa social por sectores con incidencia económica y mediática, no se convierte en prioridad para el Estado. Esa insensibilidad frente al abandono infantil, parte de la creencia de que es causado por “padres irresponsables”. Con esto se intenta descargar a la sociedad de su cuota de responsabilidad ante el drama de los menores en situación de calle. Así las cosas, se torna más compleja la solución.
El Estado Ausente
La protección de los derechos fundamentales de niños, niñas y adolescentes se contempla en la Constitución de la República y en la ley 136-03 del Código del Menor. Entre esos derechos está el de ser protegidos contra el abandono, previsto en el artículo No. 56 de la Constitución. En el Código ese derecho no queda expreso, solo se puede deducir del artículo No. 60. Por esa razón, los menores en situación de calle no están lo suficientemente visibilizados en este.
El Estado permanece ausente para los “niños de la calle”. Las políticas sobre la infancia están dirigidas, más bien, a menores identificados a través de la familia o la escuela. El radar del Estado no alcanza para detectar a esos pequeños que miramos en la calle, pero que no vemos. Por tanto, los derechos previstos en el Capítulo II del Código del Menor les son negados. Es urgente una transformación profunda en el abordaje del problema, que sea pragmática y eficiente.
Ciudad de padecimiento o de redención
Desde mi óptica, debe generarse una iniciativa de ley específica sobre la protección contra el abandono de niños, niñas y adolescentes. Una ley en la cual ellos sean el centro de atención y no la parte residual de la niñez. De forma que se establezcan los mecanismos efectivos para su identificación, rescate, protección y desarrollo. Esa norma debe reforzar las capacidades del CONANI y otorgar mayor participación a las ONG especializadas y a los ayuntamientos.
El espacio público debe dejar de ser el lugar donde viven esos niños y niñas. El malecón, el parque y la avenida no pueden seguir siendo sitios donde son explotados por mafias. La violación sexual, el maltrato, el hambre, el analfabetismo, la adicción, el desamparo deben cesar. La ciudad es el ámbito donde el Estado y la sociedad pueden actuar en conjunto. Así, el espacio público, de lugar de padecimiento, se convertirá en ambiente de redención para los “niños de la calle”.